La mirada de Sara
Escrito por Carlos Navascués Falces
No puedo seguir durmiendo. ¿Qué hora será? Tengo muchísimas ganas de oír el despertador de mis padres. ¡Qué nervios! Hoy va a ser un día muy, muy especial para mí. Es la primera vez que voy a acompañar a mi padre a una marcha cicloturista.
Os voy a confesar una cosa: a mí me gusta más bailar que andar en bici, pero me atrae muchísimo el mundo ciclista que rodea a mi padre; es pequeño pero siempre está en movimiento.
Nada más nacer, todavía con los ojos cerrados, me trasladaron en una cuna cuyas ruedas deslizaban por un largo pasillo con suavidad. En ese preciso instante, mis ojos se abrieron y vieron la luz. Mi padre, que tiene explicación para todo, relacionó el movimiento de las ruedas con la apertura de mis ojos y que, debido ello, a mí me iba a gustar tanto o más que a él montar en bicicleta.
Mis primeros recuerdos del ciclismo me llevan hasta la grande y acogedora cama de mis padres. Todavía me gusta hacerlo. A la derecha, mi madre con sus novelas de innumerables páginas. Siempre le pregunto por los protagonistas. A la izquierda, mi padre y sus revistas de bicis. Me encanta apoyarme sobre él mientras miro las fotos y me cuenta hazañas increíbles de los ciclistas.
Con año y medio ya le acompañaba en una sillita que colocó en la parte trasera de su bici. Desde allí veía pasar la vida con gran rapidez, como si fuera volando. Me di cuenta por primera vez que mi padre era feliz pedaleando.
Tan feliz que unas vacaciones se empeñó en llevar todas las bicis en el coche. En el maletero no quedaba un hueco libre. Varias veces lo pillé soplando. Una vez en el asiento, no me pude mover durante todo el viaje. Mis piernas abrazaban una rueda; un manillar rozaba levemente una de mis orejas si echaba la cabeza hacia atrás y además, una bomba de inflar enorme, ¿para qué se la llevaría?, se movía al ritmo de las curvas. Por si faltara algo, uno de los pedales trituró la bolsa de la comida. Ese día mi madre se enfadó muchísimo. Encontrar algo en un maletero convertido en laberinto, fue tarea imposible. El viaje resultó un caos y mi padre sentenció: «la próxima vez cojo el camión».
Porque mi padre es conductor de camión. Muchas semanas se las pasa viajando y desde hace unos años decidió que le acompañara su bicicleta. Si tiene algún rato libre, él se encarga de llenarlo a golpe de pedal.
En uno de los viajes tuvo que ir hasta Francia. Una vez allí, aprovechando un día de descanso, se atrevió a participar en una gran marcha cicloturista. Era primavera y nadie esperaba que las condiciones climatológicas cambiaran de repente. Sucedió que pronto el cielo se oscureció y cayó una furiosa tromba de agua durante más de una hora provocando el sufrimiento entre los menos preparados. Mi padre, siempre prudente, decidió dar la vuelta y regresar hasta su camión. Cuando se enteró que muchos cicloturistas habían tenido que refugiarse a lo largo del trayecto, cogió el camión y estuvo hasta las nueve de la noche “rescatando” participantes. Todavía se emociona al recordar el agradecimiento recibido por un tembloroso ciclista francés de 70 años. Durante el minuto que duró el abrazo, mi padre notó cómo el ritmo de los dos corazones se fundió en uno solo. El club organizador de la marcha le distinguió con una medalla en la que figuran impresas en francés las siguientes palabras: somos una gran familia. Desde ese día, le acompaña siempre visible en la cabina del camión.
Sin embargo, en mi colegio nunca había comentado que mi padre fuera ciclista. Los chicos siempre están hablando de fútbol. Y hasta mi amiga Claudia es capaz de nombrar un montón de futbolistas. Pero todo cambió cuando el profesor de educación física organizó unas charlas para hablar de varios deportes. Allí se presentó mi padre con una caja de diapositivas bajo el brazo. Al principio me sentí agobiada por lo que pudieran decir de él. Sin embargo, contó y mostró su aventura de forma tan apasionada que toda la clase, sin pestañear, admiró las imágenes de una marcha cicloturista de 200 kilómetros por los Pirineos que recorrió junto a otros 9.000 ciclistas tras pasar ocho horas pedaleando.
Todos quedaron embelesados con mi padre y el resto de ciclistas. En ese justo momento levanté los ojos y me sentí orgullosa de él.
Y eso que al principio me daba vergüenza que lo vieran vestido de ciclista.
– ¡Vaya pinta hace tu padre!- suele decir mucha gente. Un día apareció por casa muy contento con un maillot de color… ¡rosa! No supimos qué decirle. Mi madre y yo escuchamos sus “explicaciones”: que si existe una carrera en Italia que se llama Giro; que la que la gente siente locura y que al mejor le visten con la “maglia” de ese color. Ahora, cada vez que se lo pone me dice nombres distintos: unas veces es Giovanni, otras se llama Francesco o el gran Fausto. Luego, sin parar, empieza a enumerarme los éxitos que consiguieron esos ciclistas.
Ayer, un día antes de la marcha, mi padre se pasó todo el día con el culotte puesto. Dice que es para que no le moleste durante la prueba cicloturista. Luego, me lo encontré varias veces tirado por el suelo _estirando piernas_ explicó. En otro momento, me asusté cuando lo vi; estaba en silencio al final del pasillo con los brazos extendidos hacia arriba. Le pregunté: ¿Qué haces papá? _ Son las espadas del guerrero, fortalecen mi espalda_ me dijo. La verdad es que hace cosas muy extrañas. A media tarde, desapareció nervioso. Dijo que se iba a casa de Simón, su amigo “manitas” que todo lo arregla, porque quería cambiar algo de la rueda.
Mientras tanto, mi madre preparó con esmero la ropa para el viaje y aprovechó para hablarme de lo necesario que es apasionarse por lo que a uno le gusta. _No dejes nunca de luchar por aquello que te haga feliz.
Sin embargo sé que muchas veces está preocupada. Y sé que es por la amenaza de los accidentes. Esa inquietud la veo reflejada en sus ojos cuando lee las notas que mi padre, cuidadosamente, le escribe antes de partir en bici. Por cierto, al final de esas notas, siempre aparece dibujado un corazón.
RIIIIIING. ¡Bieen! Ya suena el despertador. Me llamo Sara y mi papá es ciclista.